La tarde del día 8 de mayo, muchos mirábamos la pantalla del televisor expectantes y emocionados, con la vista fija en el balcón de la Basílica de San Pedro, esperando el anuncio del nombramiento del nuevo Papa. La realización alternaba imágenes de la basílica, panorámicas de la plaza y planos cortos de las personas congregadas allí.
Júbilo y revelación
Tras el júbilo que produjo la revelación del nombre, el ardor aumentó varios grados cuando el ya Papa León XIV apareció con la sonrisa dibujada en su rostro. Para mi sorpresa, comenzó a leer un discurso manuscrito en unos papeles, quizá a última hora. Un discurso conmovedor, de los que tocan el alma con la mayor delicadeza: «La paz esté con ustedes. Esta es la paz de Cristo resucitado, una paz desarmada, una paz desarmante, perseverante, que proviene de Dios. Dios que nos ama a todos incondicionalmente» y, al mismo tiempo, con toda la contundencia de las convicciones que compartimos: «El mal no prevalecerá».