El sentido de permanencia y de pertenencia es algo definitorio, nos posiciona y valida socialmente, si bien mantenerse fiel a unas creencias y valores necesita algo más que de perseverancia para llevarlo a buen puerto, sin que el barco quede deteriorado.
Cuando las crisis irrumpen con fuerza y los valores en los que te asientas pierden su unidad, se descolocan y desordenan, como si se tratara de piezas de un rompecabezas, la tarea de reconstruirlo es bien difícil. Sabemos que el resultado de ese nuevo orden de valores no será el mismo que antes, lo inquietante es que el resultado no será igual, no se sabe cómo saldrá. De ahí, la importancia de confiar en que las crisis son transformadoras, y que si se tiene fe, más fáciles serán de superar.
Entre todas estas coordenadas; fe, valores y crisis, pienso en el delicado engranaje que supone la perseverancia en esta cuestión. Permanecer fiel al compromiso elegido, tener fe en el proyecto, es aquí donde más allá de la perseverancia se necesita audacia y tenacidad para saber solventar los problemas que conforman la crisis, sin perder la confianza en lo que se deposita la fe.
Las crisis son necesarias para evolucionar y para transformarnos, ahora que también hay que permitirse vivirlas con un “miedo razonable”, con la esperanza de que el fruto tendrá un sabor más atractivo. Ejemplos de vidas de santos que con su perseverancia se mantuvieron íntegros con una clara conciencia de su propósito y que llegaron a buen puerto, fueron San Alfonso María de Ligorio y Santa Mónica. El primero, además de los votos de castidad, obediencia y pobreza hizo voto de perseverancia por mantenerse en la congregación del Santísimo Redentor hasta su muerte. La segunda, madre de San Agustín, perseveró en la oración por la conversión de su hijo.
No podemos dejar de tener en cuenta que no basta con resistir las tormentas de las crisis que pasamos, hay que saber también, hacia dónde se navega y con qué tipo de barco se cuenta.