He pasado mi mes de vacaciones, recorriendo los pueblos de la montaña. Pueblos que ya no tienen ni el nombre de pueblos. Ahora sólo son aldeas. Son pueblos vacíos. Son pueblos tristes, en los que sólo se escucha el silencio.
Conversando a la salida de misa
A media mañana, se puede ver algún que otro viejo encorvado, que arrastra sus miserias y sus zapatillas, desde su casa al cementerio o a la iglesia parroquial cada domingo.