En María de Nazaret está nuestra historia, la historia de la Iglesia inmersa en la humanidad común. Encarnándose en ella, el Dios de la vida, el Dios de la libertad ha vencido a la muerte. Sí, contemplamos cómo Dios vence a la muerte, pero no sin nosotros.
El “sí” de cada creyente
Suyo es el reino, pero nuestro es el “sí” a su amor que todo puede cambiar. En la cruz, Jesús pronunció libremente el “sí” que debía vaciar de poder a la muerte, esa muerte que aún se difunde cuando nuestras manos crucifican y nuestros corazones son prisioneros del miedo, de la desconfianza. En la cruz, venció la confianza; venció el amor, que es capaz de ver aquello que aún no llega; venció el perdón.