Comencé a curiosear como se hace ahora: pregunté a “Chat gpt” sobre las distintas maneras que tiene el ser humano, según la etapa de la vida en la que esté, sobre el tema de la prontitud y lo inmediato.
Debo confesar que tuve la “tentación” (ya hablaremos en otro artículo sobre esa palabra) de pedírselo hecho, mandárselo a nuestro editor e invertir mi tiempo en otros menesteres… Pero la “conciencia”, otra palabra también a analizar en algún que otro artículo me dijo que no, que eso es mentir. Así que aquí estoy reflexionando sobre la prontitud y la ‘urgencia’ a lo largo de la vida.
Y es que la paciencia, o la impaciencia, también evoluciona en función de en qué etapa de nuestra vida estemos. Dado que vivimos en una coctelera, es decir, en contacto con personas que están probablemente en momentos diferentes de la vida (ya sea en nuestra vida privada, en la profesional, etc.), estamos en permanente contacto con la paciencia, o impaciencia, de los demás. Y esto, como tantas otras cosas, no es fácil.
En la infancia todo es prontitud e impaciencia, todo tiene que ser “ya” y, aunque resulta agotador, desde la perspectiva adulta se valora y añora la espontaneidad y vivacidad infantil. La adolescencia es incendiaria, es urgente, es el aquí y el ahora, hay que vivirlo todo y todo pronto. Pocos querrían volver a pasar por aquella etapa pero…añoramos su energía, su capacidad de generar ideas ‘locas’, su entusiasmo. Esta urgencia de los primeros años de la vida es la que empujó a Jesús a “ocuparse de los asuntos de su Padre” cuando se escapó al templo con doce años.
En la juventud podríamos decir que la impaciencia se viste de ambición, dándonos la libertad de poder conseguir lo que queramos…la vida ya hará el resto. En la madurez todo lo vivido empieza a cobrar sentido, la impaciencia deja paso a la paciencia, la observación, la calma. Como la que mostró María en la bodas de Caná, (Juan 2,1-11). No entra en pánico ante la falta de vino. Simplemente le dice a Jesús: “No tienen vino”. Y luego, con la sabiduría de quien ha aprendido a esperar, dice a los sirvientes: “Haced lo que Él os diga”. Es una prontitud distinta, serena, que sabe cuándo hablar y cuándo esperar.
Finalmente en la vejez, la vida se vuelve más lenta, no hay espacio para la impaciencia, sólo las necesidades urgentes te impacientan, se da paso a una vida que valora lo íntimo, lo personal, lo que brota del corazón. Como el viejo Simeón que al ver en el templo a Dios hecho Niño sintió que su espera había tenido sentido.
Curiosamente, la prontitud recorre la vida como un río que cambia de cauce: de la impaciencia del niño a la calma del anciano. Cada generación interpreta lo instantáneo a su manera, y en esa diferencia está también la riqueza de la experiencia humana. ¿En qué momento estás tú?