Jesús es el nombre de la ternura con que Dios nos ha amado: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él, tenga vida eterna”.
Jesús es el nombre de la abundancia de bienes con que Dios nos ha enriquecido.
Quien por la fe haya visto a Jesús, aquel a quien la fe le haya permitido reconocer en Jesús el sacramento de la salvación que Dios ofrece al mundo, ése habrá colmado de gracia y de ternura la propia vida, a ése ya nada le quedará que apetecer, ése habrá sido alcanzado por la plenitud, y podrá decir él también, con el justo Simeón: “Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto al que es la salvación”.
Aquellos discípulos miedosos y escondidos en los días de la muerte de Jesús, se encontraron con la paz cuando lo vieron resucitado: era él quien estaba con ellos, era la paz quien se les presentaba: “Paz a vosotros”…